"Por qué fracasan los países: Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza" es una obra fascinante en la que el autor Daron Acemoglu nos lleva a un viaje a través de la historia y la geografía. Su propósito es explicar por qué algunas naciones son ricas y otras pobres.
Acemoglu argumenta que las diferencias económicas entre los países no se deben a la geografía, la cultura o la ignorancia de los líderes, sino a las instituciones políticas y económicas que rigen en cada país.
El libro se centra en la idea de que las naciones que han adoptado instituciones inclusivas, que permiten la participación de una gran cantidad de personas en las decisiones económicas, tienden a ser más prósperas.
Por otro lado, las naciones con instituciones extractivas, donde el poder y los recursos están concentrados en manos de unos pocos, tienden a ser más pobres.
Acemoglu utiliza una amplia gama de ejemplos históricos y contemporáneos para respaldar su teoría. Proporciona una visión convincente y bien fundamentada de cómo las instituciones moldean el destino económico de las naciones.
En el vasto panorama de la economía mundial, una interrogante persiste: ¿Por qué algunas naciones prosperan mientras otras languidecen en la pobreza? La respuesta reside en la profundidad de la historia y el poder, los ladrillos fundamentales de la prosperidad y la pobreza. Si nos adentramos en la médula de las civilizaciones pasadas y presentes, descubrimos que la prosperidad no es producto del azar, sino de la estructura política y económica de cada sociedad.​
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​Un ejemplo tangible sería la disparidad económica entre Corea del Norte y Corea del Sur, que se originó al final de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de compartir la misma herencia cultural y geográfica, la norte se ha estancado en la pobreza, mientras que la sur se ha convertido en una potencia económica. La clave de esta divergencia radica en la estructura política y económica de cada país. ​
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​En el siguiente párrafo, el poder institucional toma un papel protagonista. Las instituciones inclusivas, aquellas que otorgan poder y oportunidades a una amplia gama de personas, tienden a fomentar la innovación y el crecimiento económico. Por otro lado, las instituciones extractivas, que concentran el poder y la riqueza en unas pocas manos, inhiben la creatividad y la productividad, sumiendo a la nación en la pobreza. ​
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​Por consiguiente, para que una nación prospere, debe fomentar instituciones inclusivas y evitar las estructuras extractivas. La prosperidad y la pobreza no son fruto de la geografía o la cultura, sino del diseño y la implementación de las instituciones políticas y económicas que definen la vida de un país. Este es un aprendizaje valioso que puede aplicarse a la toma de decisiones a nivel de políticas públicas, desarrollo de la economía y estructuras de gobierno en nuestra vida cotidiana.
El desarrollo económico de una nación está íntimamente ligado a la naturaleza de sus instituciones. Las instituciones inclusivas, aquellas que permiten y alientan la participación de todos los ciudadanos en las decisiones económicas, son vitales para este desarrollo. Estas instituciones no solo garantizan la igualdad de oportunidades, sino que también fomentan la innovación y la creatividad, motores esenciales del crecimiento económico.​
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​Las instituciones inclusivas promueven la prosperidad a largo plazo, pues permiten que la mayoría de la gente tenga acceso a recursos y oportunidades. Esto crea un ambiente favorable para el emprendimiento y la inversión en capital humano, generando un ciclo virtuoso de crecimiento.​
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​Un ejemplo palpable de esto podría ser la transformación económica de Singapur. Desde su independencia en 1965, Singapur ha desarrollado instituciones inclusivas que han permitido la participación activa de sus ciudadanos en el desarrollo económico.​
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​La incorporación de políticas de educación y formación accesibles para todos, así como programas de bienestar social que garantizan un mínimo nivel de vida, han sido fundamentales en este proceso. Singapur es un claro ejemplo de cómo las instituciones inclusivas pueden catalizar el desarrollo económico. A pesar de su pequeño tamaño y falta de recursos naturales, Singapur ha logrado convertirse en una de las economías más prósperas del mundo.
Las instituciones extractivas, un término acuñado por el economista de renombre internacional, se refiere a las estructuras políticas y económicas que se diseñan para extraer riqueza y recursos de una sociedad. Estas instituciones se caracterizan por la concentración del poder y la riqueza en manos de unos pocos, a expensas de la mayoría. El resultado es una falta de incentivos para la innovación, la inversión y el crecimiento económico sostenible.​
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​Un ejemplo clásico de esto son las economías basadas en la extracción de recursos naturales, como el petróleo o los minerales, donde la riqueza se acumula en manos de unos pocos y la mayoría de la población permanece en la pobreza. El impacto de estas instituciones extractivas en la pobreza es profundo e insidioso, ya que perpetúan la desigualdad y socavan el desarrollo económico a largo plazo.​
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​A su vez, estas instituciones también contribuyen al fracaso de los países. Al favorecer la acumulación de riqueza en manos de una élite, impiden la creación de instituciones inclusivas que promuevan la igualdad de oportunidades y el crecimiento económico. Un caso ilustrativo es el de muchos países africanos, donde la dependencia de la extracción de recursos ha llevado a la corrupción, la inestabilidad política y el estancamiento económico. Por lo tanto, las instituciones extractivas son un obstáculo para el desarrollo y el bienestar de las sociedades.
El concepto central de analizar el papel de la política y el poder en la formación de las instituciones es fundamental para entender las dinámicas sociopolíticas y económicas que rigen las naciones. Este enfoque postula que las instituciones, sean políticas o económicas, no emergen en un vacío, sino que son el resultado de la interacción de fuerzas políticas y de poder. Estas fuerzas determinan quién tiene el control sobre los recursos y cómo se distribuyen. ​
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​Por ejemplo, en una sociedad donde una élite política tiene un poder desmedido, es probable que las instituciones se diseñen para perpetuar su dominio. Esto puede resultar en una distribución desigual de los recursos, lo que a su vez puede llevar a la pobreza y a la falta de desarrollo. ​
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​Este concepto puede aplicarse en la vida real al examinar la situación de países con altos niveles de corrupción y desigualdad. En estos casos, es evidente cómo la concentración de poder en manos de unos pocos ha llevado a la formación de instituciones que favorecen a la élite en detrimento del resto de la población. ​
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​En contraste, en sociedades donde el poder está más equitativamente distribuido, es más probable que las instituciones sean inclusivas y promuevan una distribución más equitativa de los recursos. La política y el poder son, por lo tanto, cruciales en la formación de instituciones, y por extensión, en el éxito o fracaso de las naciones.
En el análisis de la prosperidad o la decadencia de un país, se destaca la importancia crucial de las instituciones políticas y económicas. La calidad y el carácter de estas instituciones determinan en gran medida el éxito o el fracaso de un país. Las naciones con instituciones fuertes y sólidas tienden a ser más estables, prósperas y resistentes a las crisis, mientras que las que tienen instituciones débiles o corruptas son propensas al estancamiento, la inestabilidad y la pobreza. ​
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​Este enfoque institucional proporciona una perspectiva valiosa para entender los desafíos que enfrentan muchos países en desarrollo. Por ejemplo, si un país tiene un sistema político corrupto y una economía dominada por unos pocos oligarcas, es poco probable que experimente un crecimiento sostenible o una distribución equitativa de la riqueza. Una reforma institucional profunda podría ser necesaria para romper este círculo vicioso de corrupción y desigualdad.​
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​La inversión en educación, la promoción de la competencia económica y la lucha contra la corrupción son algunos de los pasos concretos que un país podría tomar para fortalecer sus instituciones. Este enfoque no sólo es relevante para los gobiernos, sino también para los individuos. Las decisiones que tomamos a nivel personal, como votar en las elecciones o participar en la vida cívica, pueden tener un impacto significativo en la calidad de nuestras instituciones y, en última instancia, en el futuro de nuestro país.